Sur
1998. Libros de Tierra Firme¿Has medido el tiempo de tu corazón?... ¿Has medido el tiempo de tu corazón? Esa rosa inmensurable que se pierde cada día por ausencia de mirada por dejarla, denegada y ganar el tiempo: escoria que lo pierde. Misterio renovado llena la fuente al instante que rebosa, de la rosa nuevamente la conciencia. ¿Has medido el tiempo de tu corazón? Cuando el benteveo en su esplendor de siena y amarillo posa sus patas sobre la rama de aguacate y aletea: la escena es una ofrenda de naturaleza viva en el minúsculo artificio de la casa ciudadana Lo que no es propio ni es ajeno: por música se revela regulado el corazón como rosa infinita a la conciencia Es lo que persiste aunque no lo miremos y aparece con el signo de lo eterno Gracia inaudita vive en ti un poco menos quizás, que en el resto de las cosas vivas y un poco más, en la dicha de nombrarlas Oh Señora, la sabiduría es tonta Acrisolado y hondo ojo del benteveo que llega al patio para comer la fruta borravino de la lantana. Hubiera podido salvar a la lombriz que observo agonizar en el pico de su dueño? Goce terrible de la necesidad suspende mi mirada, y lo contempla No tocar es hábito contra natura de mi especie. Llevarme qué: una víscera espejeada del Osorno para muestra en los cuartos de la casa. Cuando la así en mis manos quemaba. Ella habló y fue la voz de los repliegues de toda la cordillera. Traté de abandonarla y no pude. Me acerqué a la boca del cráter temblando con esa piedra. ¿Has visto la boca de un cráter? La hondura negra se ofrece ornada de helecho y musgo donde los pájaros se posan. Edén irresistible del retorno. A mí o a la piedra a quien deseé lanzar, reparo de aquel desgajamiento? No!, gritó, aún no es tiempo y lo hecho, hecho está. Suave luz de la tarde en las cordilleras del sur Un mundo sin nombre para lo propio y tatuado por los nombres de lo ajeno Qué pavor me tocó en ese instante no lo sé. ¿O fuera lo buscado, aquello que me hizo ir?: voz de la piedra viva desgajada por volverse signo de esa belleza integrada del torrente azul y verde: saltos del Petrohué Oh Señora, la sabiduría es tonta y nada pierde ni gana el corazón No hay conquista de la tierra si a la tierra solos, como un alma a solas se retorna Con la magia de los antiguos marco un altar. Piedras del sur, y piedras del norte, piedras que hablan de las laderas o bajo el agua. Caminar la tierra y tocarla Mahatma Kiepja gran alma, he aquí tu herencia --------------------------------------------------------------------------------------- Fogata de San Juan En los susurros de la Cora chispea el fuego. Arde la base con ilusión de perennidad secreta y constante como los bosques que caen y se alzan en sus retoños siendo siempre el bosque atento y ajeno al mismo tiempo de su vasta singularidad Alza la belleza de las llamas lenguas no sonoras que cazan al ojo de la multitud Chispea el cuerpo como madero del otro bosque: sonrisa, roce dicha continua de la noche solsticial. Alma grande en los susurros de la Cora atravesada por el golpe del tambor Todo se funde en la senda de la tierra que da sostén Reparación constante y secreta, murmullo que deja dar la vuelta para beber en la vertiente que nos abreva y salir después, a la flama del aire, a mañana y ser lo uno y lo otro, ayer, después, yo y nosotros Vienen por Honduras los niños no por soledades, alzando sus alados muñecos de papel: ceremonia de la quema los dolores viejos y los sueños ya gastados se dejan ir en las manos de los niños de mi aldea cuyos ojos llevan la memoria no de lo que hicimos, sino lo soñado Cumbre del espíritu, Monteagudo y Lautaro, copla que viniera de los ríos de Castilla cauce de agua americana, batatas ensartadas en un palo dulces que crepitan en la base de la Cora, comida y corazón latiendo reconocen un alma grande cercando el fuego Serenata de San Juan: lanza el sortilegio, la imagen de lo hecho lo deseado, se alza por el aire de la llama se canta con el cuerpo sin palabras atado en su pañuelo cuatro puntas el amor el dolor de lo perdido y el tambor del corazón quemándose secreto, duradero en el alma de la Cora. Vertiente de lo humano que se anuda a nosotros al cuidado violento y tierno de lo dado A dar, lo que vendrá en la noche de San Juan --------------------------------------------------------------------------------------- Ángeles La niña de blanco áureo que visitó a mi padre con una carta en la mano, ¿era un ángel? No es exceso este volver arcaico de imágenes? Tan dulces, tan del corazón. La niña no quiere decirle no. ¿Vida que ha doblado la esquina y baja, por la senda que augura la vejez cercana? Me adelanto. Intento defenderme acaso, o como las hojas obedezco suave a la brisa cambiante. Es el miedo mientras creo que es la fe? Su belleza me conmueve. Y qué otra cosa sé. Un golpe de dados, de azar el universo entero mas de quién, de nosotros mismos? ¿Es el círculo de chispas madre y padre también, un abrazo que al círculo no quiebre siendo así su responsabilidad constante? Lo haciéndose, lo hecho antes. En el fondo de un sueño hallo sólo belleza, bondad, y a su gemelo el miedo de que el sueño no fuera. Como un almendro florece volviéndose otro, sueño y otro... para ambos hay espacio en la rueda y como un capullo uno a otro se guardan La voz en ritmo lanzada. Cauce necesitan las aguas. Ríos, lagunas, torrentes. La dicha en simetría que da cauce, a la asimetría como salto, como cascada? Ves la belleza de los dos corriendo juntos? Ritmo y voz, sueño y miedo de que el sueño no fuera. Metro cerrado que encabalga ahora, repetición, seda de luna y síncopa profunda déjate ser, saber para no saber, agua de hoy, cauce mañana, los dolores intensos no hallan ley, mas la dicha reconstruye para ser, distintos e indistintos en nosotros mismos, aquí, corazón dormido de la piedra, soñante antiguo, ligereza para ser, gracia o torpeza develando siempre el sesgo de otra cara sobre aquélla, incierta melodía de los actos pasa, el tiempo pasa